En el andén 9 y 3/4

El temor de los estudiantes, la ansiedad de las familias, el “no te preocupes” de les hermanes mayores, la espera de les docentes, el negocio de les comerciantes, la publicidad que se repite. Si hay algo de especial en los preparativos para el primer día de clase, son más o menos, estos elementos.

Todo es casi “sagrado”, una especie de ritual para la familia entera. En las librerías o los centros comerciales, nos encontramos inmersos en lápices, cuadernos, carpetas, gomas, reglas y todo tipo de material didáctico.

Todos saben que el «equipo del perfecto estudiante» no va a durar mucho a pesar de las constantes recomendaciones de sus familiares. Lamentablemente, esto no será por el excesivo y desesperado estudio: se estropearán los cuadernos, se desarmarán las carpetas, se romperán los lápices, se perderán las lapiceras, se mancharán las mochilas. Sin mencionar a los sacapuntas, que de por sí están diseñados para funcionar de vez en cuando, nadie sabe por qué. En poco tiempo, todo el orden inicial termina en el desorden cósmico del fondo de la mochila y debajo del banco como una especie de agujero negro del universo de Star Wars. En esta línea, la regla será usada como una espada láser, el transportador como un arma ninja, y la escuadra como una peligrosa pistola.

Llegan los libros de texto, y con ellos los problemas. Primero porque son pesados, y segundo porque se rompe la magia que los encierra en el plástico protector. Una vez abiertos hay que empezar a leerlos y estudiarlos.

Pero eso es para después. Ahora disfrutamos el perfume de todos los útiles, el aroma de los lápices de colores, de gomas multiformas, de resaltadores con los olores más improbables y de las tintas imposibles de encontrar en la naturaleza. Luego está la primera página de la carpeta, receptora de cuidados especiales, a la que se le pasa la mano y la lapicera con una delicadez exacerbada. Pero la página sabe, que en unas semanas será usada para practicar básquet con el tacho de basura, que la usarán de modelo de aeronave, o que será transformada en minúsculos proyectiles adornados con saliva y viajará a través de las lapiceras.

La verdadera metamorfosis, casi como la de Kafka, viene en el mundo de las mochilas, sobre todo en los años finales: atrás quedan los héroes y heroínas de los primeros años. Nada de Spiderman, de Violeta, de Star Wars, Gokú y Messi. Ahora el espacio está acaparado por un modelo único, que va variando año a año según la moda, y que cada vez se cuelga más abajo en los cuerpos de los pre-adolescentes.


“Una locomotora a vapor color escarlata había parado en un andén lleno de gente. Un cartel en la cabecera del tren decía “Expreso a Hogwarts, hora 11”. Harry miró hacia atrás y vio una arcada de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras «Andén Nueve y Tres Cuartos». Lo había logrado.” Harry Potter y la piedra filosofal.

Si Harry Potter y los estudiantes de Hogwarts lo habían logrado, también podemos hacerlo nosotros: la estación de tren, los chicos acompañados de sus familias, el pasaje mágico atravesando el muro y el viaje lleno de estudiantes, valijas y sueños.

No obstante, también está la triste realidad de nuestros primeros días de escuela. La abuela que llama a las 6 de la mañana (mientras nuestros sueños todavía están de vacaciones) para desearnos un “buen inicio”, el colectivo que no pasa más, y cuando llega, une que no puede entrar por la multitud que lo llena; un auto con un padre o madre atascado en el tráfico que le derrama a su hije un rosario de recomendaciones inverosímiles y anacrónicas; mientras que solo el ritmo de la música o el programa matutino logra evitar arruinar la relación parental-maternal; el miedo de llegar tarde el primer día de clase, no por temor a un reto o una sanción, sino por el serio riesgo de terminar sentado en el primer banco.

Harry atravesó un muro mágico, pero para mis estudiantes sin embargo el muro parece haberse derrumbado, las paredes tienen un aire monótono y aburrido; la primera hora de clase parece un círculo del infierno dantesco. Todos caminando inestablemente y combatiendo contra las fuerzas de gravedad, mientras que el reloj nos informa de un tiempo que parece bloqueado cuando llegan las materias más temidas, casi como sometido a un encantamiento.

Desde chico, construí una imagen no muy buena de esta situación, muy concreta y no muy poética: la escuela es una cárcel de máxima seguridad en donde permanecemos encerrados por más de una década, en donde los docentes somos aquellos a quienes enviaron a trabajos forzados, más o menos como los prisioneros de Azkaban.

Sin embargo, quedarnos con esta imagen es tener una visión sesgada. Es lindo pensar que el inicio de las clases puede ser asociado a una experiencia fantástica, a una aventura extraordinaria, a la búsqueda de la “piedra filosofal”. Las vacaciones terminan siendo demasiado largas y muchos realmente no ven la hora de volver a clase. Pensándolo así, a la mañana nos levantamos sin fatiga y motivados por el placer de aprender algo nuevo que nos pueda cambiar la vida. Cada jornada sabemos que nos encontraremos con un descubrimiento del cáliz de fuego, una receta de la fórmula justa para realizar una poción mágica, un movimiento de varita para crear nuestros hechizos, unas palabras mágicas esenciales que tienen un sentido y un efecto.

Al ingreso y a la salida, en las aulas y en los pasillos, van rondando figuras míticas y amigos de todo tipo: como el agradable semi-gigante de Hagrid, u otros profesores que se interesan por las novedades de les chiques y aquelles que traen historias interesantes. Están también les que cuentan con el poder especial de curar enfermedades con el solo hecho de interrogar y hablar con sus estudiantes. Que sacan a los niños y niñas de su capa de invisibilidad dándoles la palabra, que les prestan cuidadosamente las llaves con la suficiente responsabilidad para que no entren a la cámara secreta.

Además cada hora se van sorprendiendo de las destrezas de les docentes que van iluminando las artes oscuras para atravesar las luces del conocimiento. Las escaleras mágicas de Hogwats abrían caminos inesperados. Acá en la escuela ayudamos a cada uno y cada una a descubrir los escalones de las escaleras de su vida para recorrerla sin perderse. Y luego tenemos las escobas voladoras y el sueño de cada estudiante de tomar vuelo y realizarse, de jugar el partido determinante para el futuro, de transformar sus propios sueños en proyectos, de conquistar la snitch dorada del  amor de esa/e compañera/o o de los amigos de la escuela. No obstante, en esta bella historia, hay villanos, los innombrables, los traidores, los mortífagos: el sufrimiento, la frustración y las dificultades. Los hay tanto en la vida real como tras los pupítres: cuando el estudio resulta pesado, cuando el aula se vuelve la cámara de los secretos, cuando el contenido de la materia es incomprensible, la lección es aburrida, cuando los compañeros son insoportables, cuando los docentes son indiferentes, la familia no tiene interés, cuando la estructura se torna represiva, las relaciones poco significativas, los amigos interesados, o cuando lo que aprendés se encuentra muy lejos de lo que te apasiona.

No obstante, a pesar de esto, cada año hay un tren que lleva a Hogwarts a cada estudiante en el andén 9 y 3/4 . Ahí elegimos el asiento procurando viajar con nuestros amigos que están cuando los necesitamos (incluso aunque sea solo uno), con los profesores que te hacen sentir más que un número, con la familia que te sigue pero no recorre los escalones en tu lugar, con los compañeros que reman con vos en la misma dirección, y con vos, que confiás en las palabras del gran director Albus Dumbledore “Son las elecciones que hacemos que demuestran quienes somos realmente, más allá de nuestra capacidad”.

¡Buen inicio de clase a todes les colegas, familiares y sobre todo a les estudiantes!

Alejandro Landoni

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